La compleja dualidad de ser mujer y abogada penalista

Hace unos días fijaba mi mirada en el camino que he recorrido para llegar a ser una abogada penalista, recordaba las incontables veces que llegué a los Despachos Judiciales o Fiscales con la pretensión de asistir a audiencias o a revisar los procesos y los funcionarios que allí se encontraban solo tenían para mí un “¿que necesita niña?” mientras que al mismo tiempo a otros colegas si se referían usando el término “Doctor”. Recordar esas y muchas anécdotas más, me llevó a pensar que, en el rudo y complejo mundo del derecho penal, donde los desafíos son tan diversos como los casos que se presentan, ser abogada penalista añade una capa adicional de complejidad a la profesión, y esto no lo digo porque esté en contra del machismo, no; es porque es la realidad histórica que hemos vivido.

Es una realidad que, históricamente el derecho y en especial el derecho penal ha sido dominado por hombres, a pesar de que figuras como Rosita Rojas Castro, la primera mujer abogada colombiana, marcaran un antes y un después en la presencia de la mujer en el derecho en Colombia. A hoy, cerca del 55% de abogados inscritos en el sector de servicios legales en Colombia son mujeres, pero muy pocas dedicadas al área penal.

Las mujeres penalistas enfrentamos obstáculos únicos que merecen ser reconocidos y abordados, en primer lugar, la representación de las mujeres en el ámbito legal, y especialmente en el derecho penal, ha experimentado un crecimiento significativo, pero aún persisten desigualdades. La brecha de género se manifiesta en roles de liderazgo, oportunidades profesionales y en muchos casos en la compensación económica.

La percepción de género dentro de los Despachos Judiciales es un desafío palpable. Aunque la capacidad y la experiencia no deben medirse por el género, las abogadas penalistas a menudo enfrentamos estereotipos y prejuicios que pueden influir en la percepción de nuestra competencia, y esto lo digo por experiencia propia. Superar estas barreras requiere una determinación extra y una demostración constante de habilidades y conocimientos.

A menudo las abogadas que nos dedicamos al derecho penal, tenemos que sortear obstáculos adicionales para alcanzar posiciones de influencia y reconocimiento, teniendo incluso que soportar tratos injustos, insinuaciones o incluso comentarios demeritorios acerca de nuestra capacidad intelectual.

Pero, a pesar de estos desafíos, las abogadas penalistas hemos demostrado una resiliencia extraordinaria. Nuestra presencia y contribuciones no solo enriquecen el campo, sino que también inspiran a las generaciones futuras de profesionales del derecho. La diversidad de perspectivas que aportamos es fundamental para la evolución y la equidad en nuestro sistema penal.

La complejidad de ser mujer y abogada penalista no debería disuadir, sino motivar a superar barreras, pues, nuestra determinación no solo ha allanado el camino que debemos recorrer, sino que también ha contribuido a la transformación de la percepción de género en el ámbito legal. En última instancia, ser mujer y abogada penalista es un equilibrio complejo, pero cada desafío superado es un paso hacia derecho penal más inclusivo y justo. Celebrar las contribuciones de las mujeres en este campo es esencial para construir un futuro donde el talento y la dedicación sean reconocidos, independientemente del género.